domingo, 22 de junio de 2014

UNA DE CAL Y OTRA DE ARENA

UNA DE CAL Y OTRA DE ARENA
Jhonatan Curi Chávez.
Resulta siempre complicado abordar una crítica, aunque sea sin pretensiones, de obras de la talla de “Crimen y castigo”. Bastaría decir que es una de las mejores novelas de la literatura universal y que todo el mundo debiera leerla al menos una vez en la vida.
Fiodor M. Dostoievski escribió en 1866 esta novela genial, densa, impactante, en la que la acción y la reflexión se desarrollan paralelamente, la una apoyada por la otra, generando una tensión que aumenta gradual y sabiamente a lo largo de la obra. En “Crimen y castigo” subyace la idea de que el medio social puede empujar hacia el delito. Pero, fundamentalmente, plantea cómo una idea, puede obsesionar a un hombre hasta arrastrarle a cometer un acto atroz. Raskólnikov, un estudiante que ha abandonado sus estudios por no poder costeárselos, quiere demostrarse a sí mismo que no es un cobarde y que, a pequeña escala, puede actuar como los grandes hombres que, sin conceder importancia a los medios, dirigen los designios del mundo con el propósito de construir su propia visión de lo que sería un mundo mejor.
Raskólnikov quiere demostrarse que puede ser un Napoleón y, pasando por encima de un hecho despreciable, construirse una vida mejor. El crimen es el medio de obtener un futuro: terminar los estudios, hacerse con una buena posición, sostener a su madre y a su hermana, convertirse en cabeza de familia y quién sabe si incluso hacer grandes cosas por su comunidad. Si el precio por todo ello es mancharse las manos de sangre, Raskólnikov, que sopesa el crimen desde un aspecto intelectual, está seguro de poder afrontar el reto. Aislado de todo, sumido prácticamente en la indigencia, el joven se dedica a rumiar la cuestión: ¿puede él comportarse como un súper hombre y obtener así la recompensa? Todo es cuestión de hacer la prueba.
En efecto, el estudiante trata de racionalizar todo cuanto rodea al asesinato. Y, más allá de retarse a demostrar que es un hombre de acción, al que vanos prejuicios no impiden cometer un acto despreciable si este puede conducirle a un destino más alto, pretende tratar el crimen desde un aspecto científico, planeando meticulosamente cada paso a dar para evitar cometer errores “humanos”.
Cometido el crimen, Raskólnikov no padece remordimientos por haber arrebatado una vida humana. Su víctima no deja de ser para él un insecto que no merecía la vida y cuya eliminación favorece a la comunidad. Su tormento proviene de la certeza de saber que no es el hombre capaz de cometer un acto vil y usarlo como peldaño para avanzar en su ascenso. De pronto comprende que su crimen le separa para siempre del resto de los hombres, a los que desprecia, pero entre los que tiene que vivir. Porque, ha quedado demostrado, está hecho de la misma pasta que ellos. Una espiral de sentimientos confusos arrebatará el ánimo del joven que se batirá contra sí mismo para acabar rindiéndose a la certeza de que necesita expiar su culpa para poder volver a sentirse humano.
Dostoievski sabe como nadie retratar la lucha de un hombre fruto (o víctima) de su época, profundamente complejo y humano. Desafiante, vencido, orgulloso o abatido, perpetuamente inmerso en la duda y la insatisfacción, Raskólnikov es un personaje redondo, perfecto, único. Acompañado por una galería de personajes bien trazados que le secundan, resaltando sus contradicciones y ayudando a conducir una historia perturbadora, protagoniza una de las mejores novelas que ha visto la luz.



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