UNA DE CAL
Y OTRA DE ARENA
Jhonatan Curi Chávez.
Resulta siempre
complicado abordar una crítica, aunque sea sin pretensiones, de obras de la
talla de “Crimen y castigo”. Bastaría decir que es una de las mejores novelas
de la literatura universal y que todo el mundo debiera leerla al menos una vez
en la vida.
Fiodor M. Dostoievski escribió en 1866 esta novela genial,
densa, impactante, en la que la acción y la reflexión se desarrollan
paralelamente, la una apoyada por la otra, generando una tensión que aumenta
gradual y sabiamente a lo largo de la obra. En “Crimen y castigo” subyace la
idea de que el medio social puede empujar hacia el delito. Pero,
fundamentalmente, plantea cómo una idea, puede obsesionar a un hombre hasta
arrastrarle a cometer un acto atroz. Raskólnikov, un estudiante que ha
abandonado sus estudios por no poder costeárselos, quiere demostrarse a sí
mismo que no es un cobarde y que, a pequeña escala, puede actuar como los
grandes hombres que, sin conceder importancia a los medios, dirigen los
designios del mundo con el propósito de construir su propia visión de lo que
sería un mundo mejor.
Raskólnikov quiere demostrarse que puede ser un Napoleón y, pasando por encima de un hecho despreciable, construirse una vida mejor. El crimen es el medio de obtener un futuro: terminar los estudios, hacerse con una buena posición, sostener a su madre y a su hermana, convertirse en cabeza de familia y quién sabe si incluso hacer grandes cosas por su comunidad. Si el precio por todo ello es mancharse las manos de sangre, Raskólnikov, que sopesa el crimen desde un aspecto intelectual, está seguro de poder afrontar el reto. Aislado de todo, sumido prácticamente en la indigencia, el joven se dedica a rumiar la cuestión: ¿puede él comportarse como un súper hombre y obtener así la recompensa? Todo es cuestión de hacer la prueba.
Raskólnikov quiere demostrarse que puede ser un Napoleón y, pasando por encima de un hecho despreciable, construirse una vida mejor. El crimen es el medio de obtener un futuro: terminar los estudios, hacerse con una buena posición, sostener a su madre y a su hermana, convertirse en cabeza de familia y quién sabe si incluso hacer grandes cosas por su comunidad. Si el precio por todo ello es mancharse las manos de sangre, Raskólnikov, que sopesa el crimen desde un aspecto intelectual, está seguro de poder afrontar el reto. Aislado de todo, sumido prácticamente en la indigencia, el joven se dedica a rumiar la cuestión: ¿puede él comportarse como un súper hombre y obtener así la recompensa? Todo es cuestión de hacer la prueba.
Cometido el crimen,
Raskólnikov no padece remordimientos por haber arrebatado una vida humana. Su
víctima no deja de ser para él un insecto que no merecía la vida y cuya
eliminación favorece a la comunidad. Su tormento proviene de la certeza de
saber que no es el hombre capaz de cometer un acto vil y usarlo como peldaño
para avanzar en su ascenso. De pronto comprende que su crimen le separa para
siempre del resto de los hombres, a los que desprecia, pero entre los que tiene
que vivir. Porque, ha quedado demostrado, está hecho de la misma pasta que
ellos. Una espiral de sentimientos confusos arrebatará el ánimo del joven que
se batirá contra sí mismo para acabar rindiéndose a la certeza de que necesita
expiar su culpa para poder volver a sentirse humano.
Dostoievski sabe como
nadie retratar la lucha de un hombre fruto (o víctima) de su época,
profundamente complejo y humano. Desafiante, vencido, orgulloso o abatido,
perpetuamente inmerso en la duda y la insatisfacción, Raskólnikov es un
personaje redondo, perfecto, único. Acompañado por una galería de personajes
bien trazados que le secundan, resaltando sus contradicciones y ayudando a
conducir una historia perturbadora, protagoniza una de las mejores novelas que
ha visto la luz.
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